Prolíficas aguas que explotan todavía pescadores con antiguos aparejos al modo de sus ancestros para que los restaurantes ofrezcan en sus vitrinas frescas y sabrosas especies preparadas magistralmente y a un precio irrisorio en comparación a las tarifas españolas. Restaurantes de trato amable que se han modernizado para conseguir mostrar al turista español y la cercana clientela lisboeta un aspecto acorde a la excepcional materia prima que brindan: excepcionalmente preparadas, crujientes y sabrosas zapateiras (gana la del restaurante Pedra Alta, servida con un delicioso pan tostado a la mantequilla), sabroso bacalao, voluptuosas navajas, magistral dorada y formidables parrilladas donde no se escatima en langosta.
Grandioso espectáculo gastronómico que lo es más si cabe gracias a la presencia de su fortaleça, que protegió a la población de invasiones y ataques corsarios, y ofrece un extraordinario balcón a la grandeza atlántica. De espaldas, la imponente muralla del castillo que corona la colina a la que es recomendable subir para contemplar la bahía y atisbar Lisboa en el horizonte.
Aire marino mezclado con campesino que se va convirtiendo, de vuelta a Setúbal, en una provincialidad con cierto toque decadente que se halla en su máxima expresión en las avenidas de la ciudad. Mientras desde el puerto deslumbra la claridad y finura de las arenas del estuario (rico en especies marinas y en el que habita una valiosa colonia de delfines) la desvencijada avenida principal da muestras de que el motor económico que fuera la industria conservera dejó de funcionar a pleno rendimiento hace tiempo. O será simple y llanamente que el reloj en Portugal va a otra velocidad, algo que lo hace un país encantador y en el que disfrutar de una calma perdida en la mayor parte del resto de Europa.
Setúbal y Sesimbra |
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