jueves, 2 de abril de 2009

Cuando un grupúsculo es tomado por un todo

Inglaterra no quiere jugar en el Bernabéu. Porque es un estadio racista, dicen. Se une así la federación a los periodistas británicos que en los últimos años han estado utilizando de forma sesgada los insultos de unos cuantos imbéciles a Hamilton o la chanza castiza de Luis Aragonés hablando con Reyes de Tierry Henry. No vamos a negar que en nuestro país todavía persiste una incultura cerril impropia del caracter multiétnico que ya impregna algunos de nuestros equipos de máximo nivel (hemos sido campeones de Europa con la inestimable ayuda de Senna). La explicación es que la inmigración es un fenómeno relativamente nuevo para nosotros, en el que británicos, portugueses o franceses nos llevan varias décadas de ventaja. Eso, unido a nuestra atávica afición de resaltar defectos para herir, el color de la piel es visto por unos cuantos pueblerinos (se puede serlo viviendo en una gran ciudad) que no han salido nunca de su barrio como algo sobre lo que hacer chanza; o porque proyectan sobre el que viene de otro lugar para salir adelante a base de sudor y esfuerzo su inaptitud para encontrar el trabajo que ellos creen que se merecen. Pero esto es, por fortuna, algo de unos pocos. ¿Cuántos son los que gritan en un campo de fútbol consignas racistas, violentas o en contra del equipo contrario? Siempre unos pocos y los mismos: grupos radicales. El problema es cuando a éstos se les toma como si fueran un todo, dando relevancia mediática a sus rebuznos. Esto les hace más fuertes y pone al mismo nivel de estulticia a quien se los tome en serio. Es lo que le ha pasado a la federación inglesa.

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