Bernd Schuster se mosquea. No, no hablo del estado de encabronamiento constante en el que vive el alemán. Hablo de un enfado de verdad, de un sentimiento de ira producto de las últimas declaraciones de Sergio Ramos. El sevillano se ha decidido a ejercer de portavoz del resto del vestuario, que cree lo que todos intuimos: que Bernardo no se comunica con los jugadores, y que le da lo mismo jugar contra la Juve que contra el Numancia porque las instrucciones son más o menos iguales: ninguna. De momento esta tarde le dejará en el banquillo, y ya veremos que vendrá después. Eso además de desplantar a la prensa, contestando con bordería y frustrada ironía a un periodista que cobra tanto dinero menos que él como preparación de más tiene.
Seamos claros, Shuster es un gañán. Llegó el último en el reparto de estilo y de los últimos en educación. Lo evidencia la forma desganada que tiene de sentarse en el banquillo durante los partidos, sus gestos despóticos, su mascar chicle para todos, su oronda y rosada figura fruto de una vida descuidada. Y el trato con sus chicos va a la par, cómo iba a ser de otra forma. Contrasta su planta con la de Pep Guardiola, atento hasta el más mínimo detalle de lo que pasa en el campo y entre sus reservas, exhibiendo un look que conjuga modernidad y elegancia, diciendo lo que piensa sin cortarse pero midiendo las palabras y con respeto hacie el interlocutor. Es la diferencia entre un técnico y otro. Y si la cara es el espejo del alma, los equipos son el reflejo de sus entrenadores.
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