Es lo que hace al fútbol apasionante, que podemos hablar de lo que creemos que va a pasar hasta que se nos seque la lengua sin acercarnos lo más mínimo a la realidad. Tienen ventaja el docto y el especialista, conocedores del estado de forma o de ánimo, algo que tiene que ver, claro. Pero poco o nada. Que se lo pregunten si no a Italia, vigente campéon del mundo, que ayer habría sido despojado de su título si esto funcionara igual que el boxeo. No es así, y por eso se explica que quien detenta la condición de mejor equipo sobre la faz de la Tierra pierda contra alguien que no pasó de octavos de final. O que en España ya se empiece a pensar 'esta vez sí' por ganar 4-1 a Rusia, olvidándonos de que precisamente en Alemania empezamos arrollando a Ucrania y luego salimos, a las primeras de cambio, por la puerta de atrás. Por eso es fácil que los transalpinos puedan levantarse tras su varapalo y llegar hasta el final: es esa capacidad la que distingue a los verdaderos ganadores. De la misma forma que nuestro castillo de naipes eregido a fuerza de impulsos mediáticos -entonces, campeones ya, ¿no?-, se pueda caer al llegar el cruce de cuartos. Podremos darle todas las vueltas que queramos que no llegaremos a ninguna conclusión acertada. Aunque andaremos más cerca de ella si apostamos por los hombres de Joachim Loew. Creo que fue el gran Helenio quien la acuñó y si no, aprovecho para recordarlo: "El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania". Terminada la primera jornada, parece que volverá a tener razón.
martes, 10 de junio de 2008
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