Es la más cruel y la más difícil pero también la que más felicidad da cuando la besas. La orejona es la novia pretendida por cualquier futbolista de club del mundo. Por eso provoca alegrías desmesuradas y desgarros de dolor. Anoche brindó un nuevo y dramático episodio bajo el cielo de Moscú, donde toda la grandeza y miseria del fútbol se concentró en unos minutos: los que dura el lanzamiento de una tanda de penaltis. Es injusto que un campeón contintental se decida así, es verdad, pero la máquina mediática que mueve el fútbol contemporáneo obliga a que salga un campeón el día previsto sin más dilación, repetición ni desempate posible. Fue el Manchester el que abandonó el escenario, por tercera vez en su historia, cogido de la mano de la Copa de Europa; pero perfectamente podría haber sido el Chelsea. Cuando la igualdad es tanta, el trofeo más codiciado del viejo continente no se para a pensar demasiado cuando se trata de pasar un año en las vitrinas. Un par de centímetros le bastan para decidirse por uno y dejar tirado al otro. Fueron los que le faltaron a Terry antes de resbalar y echar fuera el penalti que daba la victoria a los londinenses. Y de los que se benefició Cristiano Ronaldo, que manifestó en sofocón la crisis de ansiedad al pensar que su ridículo lanzamiento, propio de pachanga dominguera con los amigos, echaba por tierra todo su trabajo y el de sus compañeros. A unos metros, el capitán inglés lloraba amargamente su fallo. Cocktail en la hierba de agua dulce y salada, de lluvia y lágrimas. Podría haber sido al revés y sólo habrían cambiado los nombres. Los sentimientos, los mismos. Cuestión de centímetros.
jueves, 22 de mayo de 2008
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