miércoles, 28 de mayo de 2008

Una estrella en el Annapurna


Dicen los psicólogos, y es algo en lo que hacen hincapie en estos tiempos de pandemia depresiva que vive occidente, que el secreto de la felicidad -o de algo que se le parezca- se encuentra en la persecución continua de objetivos. Nuevos retos y metas que mantengan despiertos nuestros sentidos y activa la secreción de esas hormonas imprescindibles para nuestro bienestar mental. Mientras algunos lo hacen como terapia otros lo llevan grabado a fuego en su ADN. Iñaki Ochoa era un amante de los nuevos retos, la superación constante, la búsqueda del límite humano. Pamplonica de nacimiento, a su pasión de coleccionar subidas a montañas de más de 8.000 metros se unía la de correr cada mes de julio los encierros de San Fermín. Una prueba más de que era un adicto a las emociones fuertes, los riesgos, el ir cada vez más lejos. Hoy es noticia porque, después de 5 días de agonía, se ha dejado la vida en el Annapurna. Él, que nunca había gozado de gran trascendencia mediática y que seguramente habrá tenido que mendigar en busca de patrocinadores que sufragaran el coste de sus aventuras. En otras disciplinas, personajes elevados a la categoría de estrellas bajan los brazos cuando han conseguido un par de títulos internacionales y firmado un contrato millonario mientras aceptan con un gesto de hastío una suculenta oferta por el enésimo anuncio. Ambos son llamados deportistas, pero es una acepción que yo sólo reservaría a gente como el primero. Personas como Iñaki deben ser el verdadero ejemplo para los pequeños, y no tener como único propósito poder echarte a dormir cuando ya te han reproducido informáticamente dentro de un videojuego.

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